diciendo con sorna: “A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar”; cuando los soldados se jugaban despreocupadamente sus ropas… podemos oírle pronunciar esa oración. No es posible saber con certeza cuán a menudo el Señor Jesucristo asedió el trono de la gracia a favor de sus perseguidores; pero de una cosa podemos estar seguros: que necesitamos un Salvador e intercesor que ore de esta manera por otros. Aquel no constituía un ejemplo aislado de la forma de orar de Nuestro
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